miércoles, 22 de febrero de 2012

Ramal



Hace mucho que no escribo en el blog. Tareas múltiples me persiguen. Copio el texto de la presentación del libro de Cynthia Rimsky. Por sugerencia de la autora y para romper con el protocolo clásico de este tipo de eventos, lo leímos de forma intercalada David y yo, en seis entradas distintas cada uno. Aquí mi parte. Por desgracia, creo que se disfruta más en el formato original de presentación. Ojalá y sume más lectores. No se arrepentirán.


1.- Caín, Abel y la literatura


Dice Francesco Careri en su libro Walkscapes:

“La primitiva separación de la humanidad entre nómadas y sedentarios traería como consecuencia dos maneras de habitar el mundo y, por lo tanto, de concebir el espacio.”

Si revisamos el mito de Caín y Abel, podremos observar la relación que éstos instauran respecto al nomadismo y al sedentarismo. Según las raíces de los nombres de los dos hermanos, Caín puede ser identificado con el Homo Faber, el hombre que trabaja y que se apropia de la naturaleza con el fin de construir materialmente un nuevo universo artificial, mientras que Abel, al realizar a fin de cuentas un trabajo menos fatigoso y más entretenido, puede ser considerado como aquel Homo Ludens, el hombre que juega y que construye un sistema efímero de relaciones entre la naturaleza y la vida. Si la mayor parte del tiempo de Caín estaba dedicada al trabajo, Abel disponía de mucho tiempo libre para dedicarse a la especulación intelectual, a la exploración de la tierra, a la aventura, es decir, al juego: un tiempo no utilitario por excelencia que llevará a experimentar y a construir un primer universo simbólico en torno a sí mismo.


2.- 40 años, Chile como regalo.


En mi cumpleaños número cuarenta recibo entre otros regalos, un libro que habla del país en el que nací. Soy chilena de nacimiento. Nací en la segunda primavera de Salvador Allende, en el mismo año en que Pablo Neruda recibe el Premio Nobel pero, por cosas del destino, aprendí a caminar a los 15 meses en México. Mi abuela paterna, a quien visité numerosas veces durante mi infancia y adolescencia, vivía en la calle de Carrión, muy cerca de la Avenida Independencia. Desde la vereda de su casa se podía mirar el edificio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Chile. Abro el libro ese mismo día por la noche. En el primer párrafo surge una imagen conocida por mí ubicada a sendos pasos de la mencionada Avenida. Tanto los muros de la fachada como la entrada principal de la casa de mi abuela tenían lucernas en lo alto. Las coincidencias me facilitan imaginar el espacio que fue de tres generaciones: Arnoldo Bórquez, abuelo, y Salomón Bórquez, padre del protagonista y narrador de Ramal. Sin embargo, no puedo evitar a la vez, evocar la casa de mis abuelos. El comedor, las baldosas ajedrezadas del piso, las dos camas individuales en que ellos dormían dentro de la recámara principal, el living donde se recibía a las visitas y que quedaba justo enfrente del portón. Las celosías que cerraba mi abuelo con ayuda de un largo gancho, poco después de tomar la once.

No puedo evitar tampoco sentir un escalofrío correr a lo largo y ancho del cuerpo.

Leo el segundo párrafo y recuerdo la escena siguiente: Tres años después de la muerte de mi abuelo, en un ataque de rebeldía mezclada con hastío, me fugo de la casa de Carrión dejando a mi abuela en ascuas. Tomo una micro. El enojo se transmuta poco a poco en angustia. Aún cuando estoy en la ciudad donde nací no puedo moverme en ella. No la conozco. Me bajo en una de las primeras paradas. Apenas y pude cruzar las achocolatadas aguas del río Mapocho, mi espíritu de aventura llegó hasta ahí. Frente a mí queda la estación que también lleva su nombre –Estación Mapocho– antaño utilizada para esperar la llegada y salida de los trenes, y que ahora encuentro como sede de la Feria Internacional del Libro. Mis padres son libreros, sólo que en México. Puras coincidencias.

3.- Perderse

En su libro A field guide to getting lost que traducido al español sería algo así como “Guía práctica para poder perderse”, Rebecca Solnit repara en las deambulaciones infantiles como la primera posibilidad de desarrollar confianza en uno mismo; un sentido de dirección al tiempo que de aventura e imaginación. La voluntad de explorar y sentirse un poco perdido para luego encontrar el regreso o la salida. Solnit se pregunta sobre lo que le depara a esta nueva generación infantil que vive una especie de arresto domiciliario, pues ¿en dónde obtendrá la oportunidad de adiestrar este potencial humano, inherente en nosotros desde el tiempo de las cavernas?

Finalmente, la clave para la supervivencia es saber, de alguna manera, que estamos perdidos. La cuestión radicará en cómo decidamos perdernos ya que no haberse perdido implica no haber vivido. No saber perderse te lleva no a la conservación sino a la destrucción. Como Solnit afirma: “Perderse es el principio de encontrar el propio camino o encontrar un camino análogo en virtud de las múltiples posibilidades que hay de estar perdido.”

4.- Jaguares


Día con día o, con mayor precisión, noche con noche, durante breves días me doy cita con Ramal. Refrendo un Chile hace tiempo sin visitar, sin poder redescubrir. Ese Chile del que tanto han hablado mi madre y mi padre como los pocos amigos chilenos que han tenido en México a lo largo de su residencia. Recuerdo el campo chileno del que conozco poco y en el que vivieron mis antepasados: apenas Doñihue, Rinconada, San Fernando. En mi último viaje hace ya quince años me sorprendió la ruta que tomó mi tío Jorge para llegar a la casa de la tía Chofi. Mi madre dice que ahora le llaman “La ruta de la fruta” incrustada en la sexta región llamada como el libertador O’Higgins. En ese momento me asombraba reconocer un Chile similar al que mi padre evoca cuando se trata de comparar a las uvas chilenas con las sandías mexicanas en términos de proporción. Cuando hace eso, le gusta referirse a su país de origen como “Los jaguares de América Latina.” Puede ser que esté equivocada pero Google me lo confirma: jaguares en Chile sólo los importados por la firma británica automotriz y alguno que otro perdido deambulando en jaulas de zoológicos. Rememoro las naves industriales de Chilefrut alinearse por la autopista una tras otra, una tras otra, sin dejar mayor paisaje que eso: plantíos simétricos dispuestos en cuadros perfectamente organizados. Lo recuerdo tan bien como una anécdota que compartí con Cynthia, la autora del libro, hace una semana. Mi primo hermano viaja a México con su entonces polola, ahora su señora. Los recibimos en la entonces casa de mis padres.

- Pues bien primos ¿qué les apetece conocer de México?, ¿las pirámides, el museo Nacional de Antropología, Acapulco, Oaxaca? Quizá puros lugares comunes. Mi primo nos responde muy seguro de sí mismo.

- Lo tenemos clarísimo: Miami. Queremos llegar a Miami.

Lo que más le gustó a mi primo de México fue Taxco. Lo encontró “limpio y ordenado.” Por desgracia, en aquella ocasión no pudo llegar a Miami.

¿Será esa la nueva generación de los jaguares de la que habla mi padre tan orgulloso?

5.- Ramal


Por suerte, Ramal habla del otro Chile. Ese que se esconde todavía en las vías del subdesarrollo que, para estos efectos, pueden ser comparadas por unos con las vías del ramal que todavía une a Talca con Constitución. Auge ayer, agonía ahora. Icono del bicentenario de la independencia chilena como lo son los recientemente llamados “Pueblos mágicos” mexicanos a propósito de la misma celebración. Ese Chile más parecido a la América cantada por Calle 13 y Camila Moreno. El Chile oculto, en todos sentidos: por su geografía austral en la última esquina del mundo; disimulado por la historia mediática de los mineros y la nueva arquitectura cosmopolita de Santiago que se rebautiza ahora como la zona “Soho Santiago.” Encubierta incluso por la belleza de Camila Vallejo que recubre, por paradójico que resulte, quizás el movimiento estudiantil más importante de América Latina en la actualidad. Pido disculpas por mencionar tantos lugares comunes: Salvador Allende, Pablo Neruda, las pirámides, Acapulco, Calle 13 y Camila Vallejo. Han servido para enunciar un libro que tiene todo menos eso: ser un lugar común. En el caso de Cynthia Rimsky develamos esa literatura que es cada vez más difícil que encontrar: la literatura que respira. Una prosa llana y directa, sin rodeos, que da claro testimonio no sólo del Chile que parece desaparecer al menos en el imaginario colectivo: el Chile de la nostalgia y la poesía; el Chile de la protesta pronunciado en Santa María de Iquique por los Inti Illimani y la música de los Parra que escuché desde niña advirtiendo lágrimas en los ojos de mi padre cuando hacía maletas imaginarias a su terruño. No sólo de ese Chile atornillado en mi cabeza sino del Chile presente: el Chile solitario, el Chile pobre que es más grande que largo, el Chile que sabe a glosario; a chancho en piedra, a queso de cabeza, a vino pipeño.

Todo ese Chile y más cupo en mi cabeza mientras leí Ramal.

Al final de los días ¿cuál quedará?, ¿qué Chile será más fuerte?, ¿el Chile de Caín o el Chile de Abel?


6.- Despedida


Ramal
es también la historia de un hombre que busca encontrarse a sí mismo a través de numerosos viajes a la agrimensura del ramal. Viajes largos o cortos, viajes físicos o imaginarios, viajes por placer, viajes de trabajo. ¿Qué son los viajes sino la posibilidad de encontrarse a uno mismo en algún fragmento del periplo?

En un texto que hizo Olivier Debroise sobre una de las acciones artísticas del artista ambulante Francis Alÿs, la cual consistía en atravesar el globo terráqueo para pasar de Tijuana a San Diego sin cruzar la línea –un paso que dura menos de una hora pero que en la experiencia de Alÿs duró más de 30 días en los que él subió y bajó aviones, espero conexiones en aeropuertos y aterrizó en ciudades como Panamá, Santiago de Chile, Sydney, Bangkok, Seúl y Anchorage– Debroise escribe:

“Del itinerario teórico, Alÿs sólo pudo conservar la escala esencial en la Isla de Pascua y, para rozar de vuelta la ruta original, desviarse hasta Tailandia. Al llegar a Rangoon, perdió la conciencia del tiempo: las fechas incoherentes de los correos electrónicos delatan ese momento de ruptura consigo mismo —y con el resto del mundo—. Confiesa ahora que, a partir de este punto, el cansancio del tránsito acumulado, las vigilias, la imposibilidad de comprender los letreros, las lenguas, los rostros, lo apartaron de sí mismo.
Este fue quizá, el momento en que inició el viaje verdadero.”

Me di cita con Ramal en breves días porque pese a la hora en que esto aconteció, hubo un momento en el que no pude parar de leer. Era un día entre semana, a la mañana siguiente me esperaba la jornada cotidiana de ciudades como el D.F.: largas trayectorias, numerosos pendientes, poco tiempo. Pero algo decía en mí: “No puedes parar.”


Ramal
es un libro en donde parece no pasar nada y, sin embargo, pasa todo. Es la historia de un hombre que recuerda a su padre y a su abuelo. Un hombre que se confronta y se busca a sí mismo. Es la historia también de un niño perdido que encuentra un camino.

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